No me preguntes
dónde perdí las raíces
que tanta seguridad debían darme.
No lo sé.
Será que mi corazón,
tan propenso a los raptos de amor,
ha preferido viajar
“sobre un potro que vuela,
ignorando barrancos”(*).
Y late al ritmo del viento
que limpia de lágrimas mi cara,
me llena de fuerzas,
y me muestra el mundo
desde donde otros no lo pueden ver.
No quiero engañarte: esta que ves
caminando tan tranquila por la calle
o cocinando para su familia
es la misma que cabalga tormentas.
No tengo miedo.
Es bella esta vida. Yo la elegí.
Y me gusta mirarla con estos ojos.
Para mí,
las raíces más seguras
son las que me crecen en el cielo.
(*): De “Una mujer”, de Silvio Rodríguez
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