(Foto: Gentileza Mariano Coslovich)
La danza de
los peces y yo
Algunas
mañanas mi abuelito, en cuyo departamento vivíamos, volvía de su trabajo
nocturno y en lugar de descansar me llevaba a la plaza San Martín. Íbamos
caminando, seguramente, pero de eso no me acuerdo. Lo importante era llegar.
Pisar las hojas secas. Y ver la fuente que en esa época estaba llena de unos
peces de colores que a mí me parecían enormes. Tiene todavía un puente que la
cruza haciendo un dibujo serpentino. Mi mayor placer era acostarme allí y ver
cómo nadaban, desapareciendo por un lado y asomando por el otro.
El
ruido dejaba de existir. Sólo escuchaba el canto del agua y mi propio cuerpo
arrastrándose por el puente para seguirlos cuando cruzaban por debajo. Todo lo
demás se borraba. Hasta mi abuelito, que me esperaba cerca y por lo tanto yo
sabía que no había nada que temer.
Era
solo la danza de los peces y yo. Hasta que en algún momento me paraba y corría
a tomar su mano para volver.
A
él la gente le temía porque era hosco y muy serio. Pero a mí me enseñó a ser feliz
con ese simple rato de libertad. Lo recuerdo bien. Nunca me retó por la ropa o
los zapatos sucios. Ni me apuró, ni me indicó qué hacer.
Del Libro “Historias que me
rescaten” © 2014 – Licy Miranda
No hay comentarios:
Publicar un comentario