Ese sonido metálico que
pretende ser música y que escucho desde hace rato, se hace cada vez más agudo. Creo
que voy a cortar. Me pregunto qué pensaría Mozart si se escuchara en esa versión
de central telefónica. Me está lastimando los oídos.
Pip pi pipiribiribi –
pipiribiribi – pipiribiribi... El sonido pasa, por un momento, de ser
insoportable a ser casi visible. Aparece también la chica.
Punta, talón, se agacha
y salta. “Servicios, buen día”. Da
dos pasos. “La comunico con el interno”.
Punta, talón, se agacha y salta. Como una muñeca de cuerda, con su tutú rosa y
las zapatillas blancas golpeando apenas el piso de madera.
Pip pi pipiribiribi –
pipiribiribi – pipiribiribi...
La voz de Mariana me saca
del ensueño: “¿Y? ¿Te dio tono?”
- ¿Qué? Ah, sí. Una
chica con voz de bailarina me dijo que me pasaba la comunicación. Ahora estoy
en ‘compás de espera’ con Amadeus.